-I-
Que el rojo amanecer adivine
Lo que haremos
Cuando la luz azul de las estrellas muera
Y todo haya terminado.
Robert W. Chambers “El Signo Amarillo”
Estábamos decididos. Desde nuestra
estancia bastante al norte de Escocia -esa tierra salvaje, saldríamos en
dirección a la península de Jutlandia (norte de Dinamarca) en dos días; nuestra
armada luego iría a atacar la costa acosando un pueblo costero rumbo a Jelling,
sometiendo a los pueblos circundantes antes de toparnos con el peculiar enemigo
que nos desafiaba ahora.
Jelling había sido mi tierra natal
hasta que mi padre se mudó a Escocia donde viajaba seguido, y mi tío ya tenía
tierras de familia desde tres generaciones. Muchos días duraría el periplo
hasta la península; había que domar a los mares caprichosos y escapar de las
rocas peligrosas o mejor dicho: pedirles permiso para transitar. Se
hacían los preparativos en los nuevos Drakkars que ya tenían sellados cada
mínima abertura de sus cascos; cada hacha y espada estaba afilada, la carne
seca estocada. Los escudos labrados, y los nuevos cascos terminados con
protectores que lo hacían parecer un yelmo romano. Mi herrero Hælûnd trabajó
especialmente para mí por várias semanas: grabó una serpiente marina en mi
escudo con algunas anécdotas de mis antepasados alrededor formando un círculo,
todo en plata. Pero en el mango de mi espada labró un Jesucirsto Crucificado
rodeado de aros de fuego. ¿Por qué? Porque combatiríamos al cristianismo, un
extraño sistema excéntrico político-religioso de saqueo que amenazaba borrar
nuestros dioses del firmamento con una táctica especial: conquistarnos o
convertirnos sin disparar una sola flecha.
Ya habían hecho eso con pueblos
vikingos del Báltico, de Lituania, Rusia. Una cosa era perder tierras por causa
de los hunos o visigodos que siempre recuperamos luchando contra ellos por
siglos, pero perderlas para siempre bajo una cruz que reemplaza toscamente a
Odín y Thor -y además escondida en ansia de poder y dinero, es algo que
colma la paciencia de cualquier ser normal. Mi trabajo antes de la partida era
supervisar e insuflar confianza a los soldados de mis tierras, apenas un puñado
de bravos a mi cargo, no un gran ejército. El señorío de mi tío me correspondía
por herencia, y nos juntábamos en una expedición acompañados por otros cuatro
señoríos juntando una potente armada. Todos mis soldados a mi cargo luchaban
muy bien –jóvenes o viejos-; el entrenamiento y la moral estaban en su
punto álgido, arrojaban las espadas al aire y me saludaban cuando pasaba con
Montaña Blanca y Lanza, mis inseparables perros de caza grandes como osos y
fieles como mi propio brazo.
Les contaré algo sobre los antiguos
vikingos, que aprendieron observando a las legiones romanas: Amamos a los
perros desde que muchos siglos atrás comenzamos a combatir con frecuencia al
Imperio Romano, y los vimos correr con sus jefes junto a esos carruajes que se
creían completamente invencibles. Pero un día se les acabó el oro para mantener
las fronteras de ese gigantesco imperio y se rompió el dique de la bárbara masa
humana contenida, el descontrolado afán de lucro, lujos y excesos fue el
secreto de su derrota. Los carruajes letales y dogos de caza no les sirvieron
para salvarlos junto a las mal pagas legiones que se pasanban al bando
contrário fácilmente. Y se les acabó el oro para sobornar a los más temibles
jefes germanos también.
... una fuerte nación,
de rostro trigueño y de feroz coraje
que contuvo con todos
sus hombres, que por toda la tierra
entonces, desbordó por
todas partes y colmó las más distantes tierras
como el gran
diluvio de Noé, con su ímpetu inoportuno
O
como dijera el poeta de Beowulf:
“ Tesoro, el oro en el suelo, puede enloquecer
fácilmente a cualquiera. Digan lo que digan ”
Nosotros aprendimos mucho de los
romanos, inclusive a acuñar monedas, cuando los estandartes legionarios
llegaron a la isla dinamarquesa de sur de Suecia amenazando poseer todas las
tierras normandas. Parecía que sobrevenía el final, que caeríamos como los
pueblos de Brittania. Pero les duró muy poco, era ese el siglo en que fueron
vencidos por la tormenta imparable del este. Se sometieron en acuerdos
humillantes a los vándalos, germanos, ostrogodos, y también pusieron en
discusión a sus propios dioses dividiéndose mientras en dos confusos sub-imperios
administrados por inteligentes y gananciosos hermanos jerarcas. Esos Romanos se
pelearon mucho entre ellos y contrataron diferentes mercenarios. Ahora, toda
esa gente descendiente del Imperio Romano y los pueblos sometidos del pasado,
llena de esa codicia disfrazada de un discurso de buenas intenciones parecida a
la Pax Romana quiere invadir a todo el mundo tomando no solo sus posesiones,
sino borrando sus dioses del cielo. Y estaban ganando, afirmándose en reinos
desde hacía muchos años. Mi abuelo me regaló un broche de cinturón de hace más
de 300 años que él trajo de Italia, una joya de mucho valor hecha por un
maestro orfebre ostrogodo. En ella empezaba a verse el crecimiento del
cristianismo, que convencía a las tribus del este, que convencía a cualquiera
pero no traía consigo ningún mundo mejor.
La marea venía ahora a buscarnos a nosotros,
pero los que nos amenazaban eran nuestros propios vecinos, vestidos igual a
nosotros, viajando en el mismo tipo de embarcaciones, con los mismos rostros
feroces. Así también todo perdía su armonía; y los tesoros comenzaban a ser
realmente cada vez más malditos, ya no eran parte ni del fruto de una lucha
bien ganada, eran el producto de la traición a los própios, del engaño; de la
avaricia.
La avaricia que derrumba el espíritu
humano, naciones, grandes pueblos. Como el oro de la leyenda del enano Andvari,
en la “Völsunga Saga”. Debajo de una cascada, Odin y Loki dejan un tesoro. El
enano Andvari lo toma de la cascada pero es robado, y lo maldice para siempre.
Pasa a manos del gigante Fafnir, y el héroe Sigurd a su vez lo hiere de muerte
y se lo quita. Fafnir agonizante repite la maldición: “Este oro te será
maldito y a todo el que lo posea” , le dice el gigante. Los hermanos
príncipes Gunnar e Hogni asesinan a Sigurd que llevaba todo sobre un caballo y
le roban el oro. Hombres de conocimiento de su pueblo les avisan a los
príncipes que heredaron una maldición pero ellos no los escuchan, en un sueño
uno de ellos sueña que un águila vuela sobre su castillo escupiendo sangre
sobre todos. Poco tiempo después, Atila, el conquistador huno; arrasa al pueblo
torturando a los dos príncipes hermanos hasta la muerte para saber donde está
escondido el oro. “...el Reino todo tendrá el oro antes que alguien lo vea
caer en manos de los hunos” balbucea
Gunnar antes de morir y así el tesoro de inigualables brazaletes, collares de
anillos, lingotes, yelmos de oro macizo; vuelve a la cascada donde una vez
estuvo, de donde fue retirado. La codicia trae a la maldición de la desgracia y
la ruina con ella.
Mi abuelo murió en consecuencias de
heridas de una batalla, porque demoró tiempo precioso para retirarse a la costa
porque había hallado un tesoro en manos de los irlandeses, un poco más lejos de
Dublin, que todavía era una aldea pequeña vikinga rodeada de poblados de duros
irlandeses que querían tomarla. Se demoró contemplando un hermoso tesoro e
imaginó extasiado cómo cargarlo hasta el drakkar. En la playa, recibió un
flechazo que luego camino a su morada, se infectó.
En silencio levanté mi mano y les
sonreí a toda esa gente brava que en casa tenían todos los defectos posibles
pero a la hora de trabajar para defender su reino se transformaban en seres
temibles hasta para los hechiceros. Pero para ser sincero, no me sentía realmente
animado en relación al motivo y los presagios de esa nueva incursión. Mi capa
de piel de reno ostentaba un magnífico broche de oro macizo con mi nombre grabado
-regalo de mi esposa-, volaba al viento gloriosamente pero yo miraba el suelo
con una preocupación que aún no tenía palabras claras, apenas podía sentir su
innegable presencia: De esta vez deberíamos combatir a vikingos como nosotros,
algo así como una guerra entre hermanos celosos peleando por el amor de sus
padres. Algo digno de los espíritus de los tontos.
¿Hay algo más inútil en el corazón y
sobre la faz de la tierra que una guerra entre hermanos, sin ningún sentido?
Aún así creo que me motivaba otra cosa
bien diferente, un “algo más”, sino nunca podría levantar la espada contra la
misma gente que yo: combatiría a vikingos traidores convertidos. Nunca pensé
que lucharía una guerra tan idiota consecuencia de diferencias religiosas, pero
en el fondo económica. Les sonreí a los guerreros asimismo pues contagiar
desánimo antes de una batalla es tenerla por perdida de antemano. Mi abuelo,
cuyos huesos descansan ahora en las colinas y cuya alma intocada está a la mesa
de Odín me dijo un día que un guerrero nunca debe creerse invencible, porque lo
inesperado siempre lo acecha, el fué vencido por unos minutos preciosos en que
se entregó a la codicia. En el lecho de muerte tuvo el coraje de relatar el
episodio y la naturaleza de su error a su hijo, para que yo también lo
supiera al crecer. Aquel día me acordaba de él, y de los tesoros que
súbitamente cambian de propiedad, y de los tesoros intocables espirituales que
son la franqueza de corazón y la visión.
En este mundo, todo era saqueable.
Hasta los cuerpos de líderes vencidos con coraza y todo eran robados y esos
tesoros a veces eran usados para negociar alianzas, por supuesto. Pero nuestros
enemigos no querían negociar alianzas duraderas, las condiciones tarde o
temprano nos serían impuestas, quien no sabía eso era incauto e ingenuo.
Tampoco estábamos llevando a Jelling ninguna ventaja militar especial. Me veía
obligado a ocultar mis sentimientos, mientras intentaba ganar tiempo y
descifrar mis dudas. De esta vez el corazón me pesaba demasiado, el sueño
durante las cinco noches anteriores había sido terriblemente perturbador. Y se
repetía exactamente igual, afirmándose.
En mi sueño casi inconfesable Odín
desistía del Walhala y el reino del más allá se deshacía como si fuera una
fábula infantil. La derrota era traída por la brujería de una diosa
destructiva: la horrible hermana de Loki, la Reina de los Muertos. Ella
tenía un aliado inesperado. Traía una Cruz Cristiana en la mano, y deshacía
todo Asgaard en un movimiento de manos. Todo deshecho, el reino brillante donde
nos esperan nuestros seres queridos, nuestros héroes, amigos, esposas, padres y
madres, hermanos. Nuestros hogares sepultados por una nieve eterna, nuestra
felicidad del otro mundo transformada en un parpadear de ojos en cuentos de
viejas. ¿Estaríamos pagando por la constante codicia de antaño? ¿Pero por qué
nuestros dioses también pagarían con su repentina desaparición?
Todo por lo que luchamos,
donde nuestros espíritus irían y supuestamente brillarían incólumnes, todo el
Paraíso se tornaría de repente en una triste canción imposible, un muro
intrasponible. En mi sueño, Thor me avisaba de lo inevitable con lágrimas en
los ojos; y yo no podía creer que el imperturbable e implacable Thor llorase de
esa manera melancólica, tierna y digamos hasta femenina. Nunca pensé que una
aparición tan dulce y enternecedora me llenase de tanto pavor, en el reino del
sueño sentía como una onda eléctrica recorriendo la espina dorsal, un calor
fuerte en la frente y los pies. En medio de una neblina espesa que se iba
disipando a cada fonema de su cristalina voz, me decía que el destino estaba
trazado. Ya nunca más nos dejarían en paz en la tierra, ni siquiera nuestra
pesca de nada vadría ya que vendría una orden obscura y tergiversada, no más
noble que la nuestra, a echarnos para siempre en nombre de un hipotético
salvador de almas llamado Cristo y su padre, un dios sin nombre llamado de
Único. Nos llamarían de Paganos e insultarían a nuestros dioses, e
irónicamente esos usurpadores serían traidores de sus própias creencias, ya que
matarían en nombre de su redentor que les prohibía matar hombres como ley
primera, él pregonaba tolerancia e humildad con los enemigos, pero los
hombres que actuaban bajo el influjo de ese dios Único codiciaban riquezas
igual que nuestras empresas piratas haciendo lo que bien entendían en este
mundo.
Había algo aún más
perturbador en mi pesadilla. Thor, con un dedo apuntó hacia un paraje y allí me
mostró algo más: el Cristo de los Cristianos estaba con nosotros, ¡El
hijo del dios de ellos estaba de nuestro lado! ... y junto con Odín y Thor
tratados como ladrones simplórios era crucificado de nuevo en un paraje nevado.
Formaban una trinidad, llamada padre, hijo y espíritu santo. Al pie de
la Cruz, vigilaban Loki y su hermana vestidos de legionarios romanos, para todo
concluir sin retraso e interrupción alguna. Antes de despertar todo sudado y
asustando a mi esposa que aún daba leche a mi sexto hijo, la imagen de Thor
siendo crucificado mirando a Cristo a los ojos sin decir palabra estaba aún
delante de mí. La luz de su muerte iluminaba mi recinto por algún espacio de
tiempo, en esa área indefinible entre el sueño y la vigilia. En la quinta noche
antes de zarpar, el sueño recurrente finalizó.
Mi esposa pensó que
estaba con fiebre, pero en realidad yo estaba con simple terror ya que la
realidad era tal cual lo que el sueño me contaba, bajo charadas. Un nuevo Señor
llamado Harald hijo de Gorm y Thyra, reyes de la más noble bravura, conquistó
Noruega y estableció un reino Cristiano con sede en Dinamarca. La apropiación
se completaba: Ya escribían los nombres de Cristo y la historia de los
Apóstoles en runas grabadas en piedra con incrustaciones de piedras preciosas,
y negaban nuestros dioses llamando a todo eso de una nueva orden. Por eso
nosotros nos veíamos obligados a estar en pie de guerra con nuestros propios
compatriotas. No era la primera vez que eso ocurría, ya que por botines y nuevas
posesiones de tierra, éramos capaces de degladiarnos con quien sea, hasta con
los nuestros. Hicimos muchas cosas por dinero, los franceses nos contrataron
para atacar a los ingleses, éramos mercenarios de primera y nos gababámos de
eso porque fuimos muy efectivos e independientes en las artes de la guerra por
mucho tiempo. Nuestra arma mejor era la sorpresa, la contundencia de nuestra
velocidad ofensiva. A pesar que muchas veces actuábamos excesivamente
embriagados de emoción, y algo desorganizados también, nos dividíamos tareas
militares específicas. Muchas veces yo me quedaba organizando una pared de
escudos en la playa, frente a los Drakkars, mientras la vanguardia liderada por
mi primo atacaba una ciudadela. Era una difícil tarea; tán brava como salir adelante
en el primer ataque de vanguardia ya que los pocos pobladores armados o a
caballo arriesgaban hundir nuestras embarcaciones o incendiarlas pudiendo
retrasar así toda nuestra operación por meses, o en el peor de los casos
abortarla.
Y así, siempre nuestra
rutina combativa resurgía, el enemigo que se tornaba bravo y nos desafiaba a
encontrarnos con Odín merecía honra, respeto, redención, hasta amistad.
Recuerdo a Horg, un amigo que cuando derribó finalmente a un jefe Irlandés
bravísimo, que no se rendía aún con su ejército aniquilado y una flecha clavada
en la espalda; se emocionó al recibir una soberbia mordida en la pantorrilla
mientras el jefe estaba ya atravesado totalmente por su espada. El enemigo no
se rendía aún en la muerte y él averiguó sobre su familia, tuvo piedad de la
esposa y les ofreció adoptarlos a todos explicándole el peculiar motivo. A la
negativa de ésta que aún permanecía indignada, se ofreció a cuidar a sus hijos.
Como ella se negó nuevamente, secuestró al más pequeño y se lo llevó con él
prometiéndole a la esposa del jefe muerto irlandés que lo haría bravo y
piadoso, la combinación sublime de la realización de un guerrero. Lo trató como
a un hijo más, hoy él está crecido y forma parte de la tripulación de mi
Drakkar, conoce su historia personal y no quiere irse ni le interesa mirar
hacia atrás. Horg le prometió que lo llevaría de vuelta si quisiese volver a
ver a su madre, lo cual nunca le interesó.
Lo terrible de todo era
que ese Harald ahora le daba a su cristianismo un nombre que sonaba honesto a
una nueva pillería de consecuencias mucho más serias para nosotros. Ese maldito
traidor que se auto-coronaba estaba tratando de robarnos el espíritu, y escupiendo
en el trono de su propio padre. De vários distantes rincones se levantaron
indignados los jefes Normandos, la sangre hirviendo desde Irlanda, Inglaterra,
Escocia, Suecia, Islandia y el norte de Rusia, muchos Señores en un principio
dispuestos a no entregarse a tamañas mentiras. Pero Harald tenía un ejército
soberbio y derrotaba a todo el mundo de todas las formas posibles; si no podía
por las armas los compraba y los convertía a esa cosa amorfa que llamaban de
religión católica. Por muchas monedas de oro cambiaba la opinión de sus
enemigos, obtenía acuerdos... y construían una iglesia. Nunca la humillación
había sido tanta, todo era apenas un asunto de maliciosidad política. Si todo
era así, aún muy amorfo sobre un mundo de afán de lucro, ¿Entonces porqué no
continuar combatiendo entre nosotros con los dioses originales a ver quién
queda en pie, a nuestro modo?... ¿De qué nos sirve adoptar creencias
venidas del Mediterráneo -donde tanto nos temían antes- que se
contradicen a sí mismas? ¿Porqué tergiversarlo todo así, si nada iría a cambiar
en esencia? Yo conocía ya al Cristianismo personalmente desde que participé de
un ataque a una abadía de Bretaña. De allí traje varios objetos curiosos, no
sólo los metales preciosos, sino sus escritos y grabados. De vuelta en casa, le
pedí a nuestro viejo médico-consejero Leiv Sylvson que hablaba el idioma de los
francos me explicase lo que pudiese sobre los Cristianos. A él le gustaba
conversar conmigo, apreciaba ver que a mí no me interesaban mucho las
extenuantes y toscas competiciones de bebida. –Probablemente vivirás para
ser líder, aunque no te interese- me decía. Él tenía razón, yo no quería
ser un caudillo. Estaba interesado en llevar caza con Lanza y Montaña Blanca a
mi hogar, más que salir de expedición a tierras lejanas.
Entonces me explicó el
motivo de esa extraña manía de juntar todos los Dioses en uno que tenía el
Cristianismo. Muchos eran hombres buenos buscando un líder entre los dioses o
la hermandad entre los hombres, pero la gran mayoría eran corruptos que
pretendían interpretar todo eso como maliciosa herramienta dominante y así
pudrir la mente de todo el mundo; poseerlos así a todos bajo un imperio,
conquistar hombres y dioses de un solo golpe. Me explicó que eran un
peligro y enemigos eternos para nosotros, y fue a través de él que supe que
cada vez más señores vikingos se convertían a esa secta egocéntrica,
traicionera, corrupta y contradictoria. Me costó entender la forma en que su
Mesías fuera ejecutado entregado a los romanos como un paquete y todo envuelto
en una profecía envolviendo a su padre-Dios. Supuestamente un hombre con
poder capaz de curar y hacer milagros. Después resucitaría y volvería para
trabar guerra con el rey de los demonios en un futuro no aclarado. ¿Y en el
medio de todo eso qué? Después recomendaban severamente a las personas un
código venido de su dios grabado en tablas de leyes severas donde no se mataba,
no se tomaban esposas de otros, no se mentía ni se codiciaban riquezas. Pero
luego sacerdotes poderosos contrataban mercenarios para proteger sus ideas y
más bien sus posesiones, para no “ensuciarse” las manos. Quien quería mataba en
nombre de la protección de ellos asegurándose su Paraíso junto al Dios Uno, y
luego se bendecían sus armas también, según las noticias que nos llegaban del
sur. Sus leyes no se ponían de acuerdo, pero estaban escritas como algo sagrado
y llamado de testamentos. Cuando querían se tomaban esposas, se secuestraba o
torturaba con brutalidad, cuando lo decidían se mentía asquerosamente en la
política para obtener ventajas. El pueblo Cristiano en un todo de cualquier
latitud era tan obtuso y libertino como nosotros, como cualquier otro pueblo.
Harald entró en ese
juego sacro-contradictorio para simplemente ampliar sus posesiones, y la gente
adoptaba esa postura por facilidad, confusión. Abrazaban una supuesta nueva
esperanza para los débiles que necesitaban ser una nación pero en realidad
mentían para hacerse realmente muy poderosos, tener privilegios sobre los suyos
sin tener que luchar como antes. Aprisionaban así a nuestros dioses y nos
cerraban acceso a ellos. Ese debía ser un motivo crucial, y durante el viaje en
el Drakkar se me aclaró la mente, al apaciguarnos de esa forma obviamente nos
vencían. Llamaban a todo eso de religión, sus nuevos sacerdotes estaban
en pie de guerra para convertirnos. Pero no mostraban a su pueblo cómo se
servían y que tipo de provecho obtenían de esa religión.
Entendíamos que los
estúpidos británicos, anglos, españoles, germanos o franceses cayesen en esas
patrañas ya hacía tiempo, espíritus de monarcas frecuentemente gastados y
generalmente huecos, abandonaban fácilmente todo porque poco y nada tuvieron
nunca, y sus dioses fueron doblegados miles de veces desde el dominio romano.
¡Pero ahora la enfermedad pasaba a nuestras filas! ¡Teníamos que combatir a
nuestros propios compatriotas en Dinamarca! No debemos ser tan duros de roer
como pensábamos, nuestra confianza fue demasiada, pretendiendo que los hielos
del norte nos protegerían. Ahora luchábamos por nuestras creencias, perdiendo
terreno rápidamente. Hombres derrotados en su propia alma, bajo una falsa
cosmogonía reinarían por siglos escalando una ladera peligrosa entre huesos y
tesoros robados, intentando vanamente llegar a los cielos y las estrellas que
continuarían distantes. Aparentemente sólo sus hijos rebeldes podrían algún
utópico día redimirse, pues todos eran víctimas de un conjuro comandado
por la Reina de Los Muertos, la Hermana de Loki, que marcha con su cabeza caída
sobre los hombros. ¿Pero era culpa de ellos solamente, de una riña entre los
dioses por encima de nuestras cabezas? No, nosotros los humanos contribuíamos
diligentemente a nuestra propia ruina.
Luego de despedirme de mi familia y
consultar al sabio Leiv Sylvson, que era ya un renombrado anciano, le conté mi
sueño ya que en toda la comarca sólo él podía confirmar mis sospechas.
-Esos sueños pueden ser una profecía,
ya que menciona elementos de la realidad que estamos viviendo.- me miró
directo a los ojos. –No sé si tus amuletos en el casco y espada te servirán
para detener tal poder maligno.-
-¿Qué debo hacer con mis
guerreros, debo compartir con ellos este pesar?-
-Si les cuentas tu
visión usando las palabras sin tomar cuidado, te harían demasiadas preguntas en
un momento en que deben luchar primero. Pues intentarás decir una supuesta
verdad terrible y a la vez ellos tendrían que conservar el coraje necesario
para trabajar eficientemente. Pero tu sueño es tan claro que no creo que
vacilen al ver lo que sugiere. Cuéntales todo luego de apaciguar tu mente si lo
consideras necesario, si no, es mejor callar... después marcha al frente de
ellos en la hora de la batalla, eso será suficiente, el resto está en manos del
destino demasiado bien encaminado.-
-Si son guerreros dignos
de subir a mis Drakkars deberán conservar la bravura sin ninguna esperanza alrededor,
mismo el saber que ningún Valhala los esperará como a los antiguos, pues si
continuamos siendo derrotados así como todos los que vienen combatiendo a
Harald, probablemente iremos al infierno helado de la Reina de los Muertos. Si
no vuelvo, enséñales algo a los hijos pequeños que tengo, algo más que combatir
con una espada y algo mejor que tener niños a mis hijas.-
-Les enseñaré varios
idiomas y el peligro de adoptar creencias “nuevas” por mera ganancia, mismo que
vuelvas. Nunca adorarán a Harald si depende de mí.-
-De ninguno de
nosotros.-
-II-
“Hemos
fracasado sobre los bancos de arena del racionalismo,
demos un
paso atrás y volvamos a tocar la roca abrupta del misterio.”
Urs von Balthasar
El mar del norte estaba
piadoso con nosotros, la tormenta que nos acosó era pasajera y débil. Me
pregunté qué sería de la flota de Srothger el Ronco, un vecino nuestro que
atacaría al mismo tiempo otra área más hacia el este, probablemente iría hasta
la isla de Fünen en la entrada al báltico. Era amigo de mi tío habiendo servido
juntos al mismo señor tiempo atrás, iba acompañado de muchos Drakkars siendo
líder de su feudo ahora, había cumplido hasta el momento de separarnos en alta
mar su promesa. Yo tenía claro con cada unidad de ataque que no saquearíamos ni
un níquel, apenas robaríamos armas que pudiésemos usar. Srothger se había
separado de nosotros antes de divisar la costa de Dinamarca. Él continuaría
hacia el este, atacaría el estrecho y buscaría ayuda en Suecia, esa tierra a
menudo de espíritu salvaje e irreductible. Se decía en el pasado que los suecos
jamás abrazarían al Cristianismo, y prometían ayuda para combatir a Harald,
pero muchos se habían hecho cristianos. Prometer es una cosa, ver las cabezas
de los drakkars en el horizonte listos para auxiliar con ejércitos decididos,
es otra.
Cuando atacamos la
primera fortificación en la playa, ganamos. Los fosos alrededor de la ciudadela
no estaban listos y la empalizada de madera y piedras no resistió. Cavamos,
derrumbamos, abrimos boquetes, creamos falsos ataques con antorchas en la noche
mientras los asediábamos por otro flanco. Nos camuflamos, trepamos por las
empalizadas creando incendios, hasta que fatigados depusieron las armas. Pero
nada de todo eso era muy grandioso que digamos. El asedio duró casi todo un
día, y atacamos solos un señorío que no resistió la embestida; para disgusto de
ellos además teníamos el área muy bien mapeada y no consiguieron clamar por
ayuda en alguna villa vecina. Interceptamos todas sus tentativas de pedir
ayuda. Entonces las flechas enemigas se malgastaron rápido y así pudimos llegar
bastante bien, digo sin bajas importantes, a doblegar al señor de Behr. Tomamos
todos sus caballos, que sobraban para ponernos a todos en un gigantesco
ejército montado.
Cuando interrogué a ese
pobrecito vikingo malicioso, me ofreció ciertas cosas:
-
No
tiene sentido gastar a sus bravos por una guerra inútil como ésta, le ofrezco
la mitad de nuestros botines, y los enviados de Harald que estarán a camino
tarde o temprano, lo dejarán partir sin problemas. Así entonces ustedes
prometerán dejar en paz esta tierra sin intenciones de volver.-
-
La
guerra se considera negociable porque nuestros dioses fueron olvidados por la
mayoría de nosotros, y recién ahora nos acordamos. Ustedes piensan que pueden
comprar a cualquiera. Harald no tiene poder de enfrentar a todos los señores
Normandos-
-
No
crea, se habla de una armada de Drakkars poderosísima que está siendo terminada
en un puerto secreto. Los Dragones de proa son revestidos en oro, y cada
guerrero vale por cinco, entrenados por largo tiempo. Podrá arrasar Inglaterra
si se le antoja amenazando hasta a reyes bretones y anglos. Si ustedes se
retiran ahora, repito, pueden llevarse las riquezas que deseen. Desenterraremos
tesoros escondidos para ti.-
-
Observo
que tus emblemas cargan la cruz en sus dibujos. Veo monasterios en abundancia y
probablemente tus soldados fueron bendecidos, como les gusta decir a ustedes.
Pero Tú no eres cristiano, eres un mercader que baja y sube el precio de su
botín cuando se le antoja, dependiendo la ocasión. Un pirata más en el mar de
la vida. Ya fui pirata también, vikinguito tonto. No me subestimes, conozco las
escrituras de tu dios, tu mesías y la conversación de los emperadores
bizantinos grabada en muchas crónicas. Me tomé el trabajo de intentar
entenderlos mientras salía de expedición; estaba curioso y quería conocer a los
pueblos del exterior, pero estás muy lejos de honrar a los tuyos, los estás
ofendiendo con esa saliva putrefacta que tienes y esas manos viscosas que
compran títulos de nobleza. Te doy esto en nombre de Odín...- luego de una
bofetada que le debe haber quedado grabada en la cara por unos días, ordené que
lo alimentaran pero que lo dejaran solo todo el tiempo. Tenía la lengua muy
rastrera.
Mientras manteníamos
cautivo a ese miserable gusano, y nos preparábamos para marchar tierra adentro
en una semana a caballo, conversé con cuatro oficiales-jefes que me
acompañaban, vecinos de mi señorío. Kaldfrit habló primero:
-Dejando el mínimo de
tropas aquí, podremos avanzar a caballo rumbo a Jelling con dos mil hombres.
Hay llanuras y bosques, deberemos temer los bosques y entrar con cuidado en las
llanuras. Propongo no alejarnos demasiado de la costa. Usaremos exploradores, y
debemos intentar unirnos a los ataques simultáneos de Srothger el Ronco para
reforzarnos, después de encargarnos de Jelling - propuse.
-Pero eso nos obligaría
a ir demasiado al este. Harald puede tener sorpresas tierra adentro también,
eso nos podría demorar. Los que ya lo combatieron cuentan que le encanta la
lucha de infantería, y les coloca armaduras pesadas a los arqueros– dijo Kmel.
-Una armadura cuando
hundida provoca heridas terribles, confiaremos en lucha cuerpo a
cuerpo, y la sorpresa,
pero creo mejor golpear Jelling y volver aquí cuanto antes-.
Aceptaron la propuesta
mía y me votaron como capitán de la segunda parte de la incursión. Bordeamos la
playa durante dos días sin avistar nada, dejando los drakkars en el puerto de
la ciudadela. Subimos algunas colinas hasta pasar por acantilados, subiendo y
bajando, pero antes de siquiera acercarnos al camino de Jelling, una humareda
cubría el horizonte noreste. Nuestro mejor vigía decía que había combates pero
no se avistaban naves de guerra. No era nuestro objetivo. No nos podíamos
ocupar de toda la península. Sabíamos que había que temer los alrededores de
Roskilde, pero estaba muy lejos tierra adentro, hacia el este. Continuamos
rumbo sur en silencio abandonando el camino costero, y era mejor marchar
durante la noche. Pequeñas cantidades de árboles comenzaban a aparecer. Ningún
camino principal en especial estaba a la vista, aunque unos dólmenes parecían
contemplarnos desde un pasado remoto, solitarios. Pensé que si no lográbamos
luchar con éxito esa guerra pronto nos transformaríamos también en un recuerdo.
¿Nuestros barcos tendrían Cruces en vez de Dragones en la proa? una pesadilla
que no acabaría... ¿Pondrían cruces en nuestras cabezas también, en vez de
yelmos con astas?
Los espíritus de los
antepasados debían estar repletos de ira. Durante la quinta noche de marcha,
decidimos hacer un alto y acampar ya que pronto quizás exigiríamos mucho de
nuestros caballos, pararíamos por un día completo. En mi pequeña tienda, me
recosté en la litera exhausto mentalmente luego de terminar mi pieza de ciervo.
Aparentemente comencé a soñar, pero al tener mi oído cerca del suelo, comencé a
captar un sonido rítmico. Era algo atractivo primero, hasta que lo identifiqué
como cascos de caballo.
Sobresaltado, salí da la
tienda con la espada en la mano. Antes de gritar, percibía la quietud de la
noche fría de una limitada primavera. El silencio era casi total. Gotas de
sudor me inundaron la cara, y el centinela se acercó.
-¿Qué ocurre, señor?–
-¿No has oído cascos de
caballo, Frydogast?. No me agrada la idea de un sentinela medio sordo-
-No se oye nada, apenas
las alas de algún lindo murciélago en las copas de aquellos árboles-
-No puedo creer que yo
esté soñando, Frydogast-
-Es que este lugar
parece embrujado señor, si me permite, he sentido escalofríos. Estaremos tal
vez rodeados de brujas esperándonos en algún recodo-
-Por eso propusimos
descansar, para no ver fantasmas. Llama a tu relevo y vete a dormir–
Volvieron los dos, y
Frydogast quiso quedarse un poco más. Conversamos un poco, a la luz de las
estrellas.
-Faltan aún varias horas
para el amanecer- Les dije cuando se aproximaron.
-Gètred escuchó algo,
señor, del otro lado del campamento- dijo Frydogast, mirando por tras de su
hombro.
-Escuchen, no podemos
dejarnos llevar por este paraje medio embrujado, es obvio que nuestros dioses
están enojados, pero no pueden estarlo con nosotros, sin embargo quiero saber
si mi sueño ha sido una premonición o no. Quiero una batida de exploradores de
varias leguas de rango ahora mismo, no quiero sorpresas. No es necesario
perturbar el sueño de todo el mundo. ¡Mucho cuidado con el bosque!-
Así quince hombres
concluyeron la exploración. Alrededor del fuego ya estábamos despiertos un
grupo de veinte. Nada de nada. Ningún rastro. Sin embargo, varios de ellos
tenían los rostros cambiados, tenían miedo.
-¿Porqué veo sus rostros
y no me siento tranquilo?, ¡Habla, Sven!- Le dije a uno de los que habían
vuelto del bosque.
-Vi algo señor, sin
embargo ningún rastro. Unas sombras veloces, como de jinetes, y crines al
viento... Bledor también vio lo mismo. Sin embargo no escuchamos nada, y al
llegar al paraje de donde se originaban, no había cascos o pastos aplastados.
Atravesamos todo el bosque hasta el arroyo que da a la estepa-
-¡Malditas brujas!
Enciendan más hogueras frente al bosque... O nos quieren enloquecer o quieren
que nos vayamos, no le tengo miedo a espectros, Drÿn, Neldit, Alsgun, ¡Vamos!
Doblen la guardia, estaré despierto hasta el amanecer con ustedes-
Nunca había
experimentado ver tanta vacilación en los rostros de esos terribles luchadores.
Otro grupo, que venía del extremo sur, vió unas sombras detrás de unas piedras,
y ningún rastro de botas en la turba. No quisieron decirme nada, por miedo que
los reprendiese, pero los comentarios entre ellos me llegaron completos, estaba
claro que algo no marchaba nada bien. Nadie había bebido licor, esperábamos
festejar apenas cuando la verdadera batalla estuviese concluida. Uno de los
jefes que venía con nosotros despertó también. Había soñado con una partida de
caballeros o jinetes armados de lanzas, cabalgando en el horizonte.
-Será mejor que
partamos, Capitán. Mis guerreros de confianza vieron alguna sombra
extraña, este lugar debe estar
bajo un conjuro maléfico.-
Yo no creía en esas
patrañas o bien estaba empecinado en no gastar nuestras energías en luchar
contra conjuros o nuestro propio terror. ¿Tendríamos miedo de derramar sangre
de los nuestros en nuestra propia tierra natal? Muchos ni eran de aquí, Sven
había nacido en Islandia, la mayoría en el norte de Escocia. ¿Qué maldición
había caído sobre Dinamarca? ¿Así cuidaba Harald sus fronteras, con hechicería
barata? ¿No confiaba en la belicosidad de su dios y su cruz lo suficiente?
Pensé en mi sueño antes
del viaje, en la supuesta profecía que parecía concluir en acertijos
desagradables. Levantamos el campamento y comenzamos la marcha lentamente.
Bordeamos el bosque, y al salir hacia la estepa algo íngreme se podían ver
muchas estrellas apiñadas. Frydogast iba a mi lado, en la vanguardia. Nuestros
cascos eran el único ruido en la noche, una niebla espesa comenzó a subir por
la planicie.
-Señor, los pájaros
nocturnos están demasiado silenciosos- mencionó Frydogast.
-Es verdad, que los
arqueros se preparen para ataques sorpresa, y corre la voz para que todos sin
falta mantengan sus armas en el puño... y en silencio. Contestaremos silencio
con silencio-
Así la marcha comenzó a
hacerse más ominosa, Sclyd “el calmo”, cabalgaba a mi lado, ya no muy calmo. Bajo
su yelmo traía una mirada seria. Sabíamos que si conservábamos el rumbo en
cuatro días más podríamos atacar Jelling desde el Sur, cosa que tampoco no se
esperaba en Jutlandia, la punta afilada de Dinamarca. Siempre esperaban
ataques-desembarco.
-¿Tienes recelos? Pues
yo los tengo. Tal vez deberíamos rever los planes. Este lugar parece muy
extraño, casi tuve que
castigar a uno de mis hombres que decía ver un estandarte o una insignia en el
horizonte, siguiéndonos. Tuve ganas de darle un puñetazo. El mejor vigía de
retaguardia no vio nada- dijo Sclyd.
-Soy el Capitán.
Retroceder es tonto ahora. No tenemos muchas provisiones más, debemos salir de
esta extraña área llena de susurros y sombras, para poder dar batalla. No vale
de nada combatir brujas ni retroceder mismo que quieran asustarnos-
-¿Será artimaña del
enemigo o la tierra aquí ha sido maldecida? De día ni se ven liebres, o
pájaros... jamás fue una tierra tan desolada en primavera–
-Menos mal que dejé a
mis perros de caza en casa, aquí enloquecerían. Nuestros dioses traban lucha
con el cristianismo, los animales se esconden y los fantasmas salen de sus
tumbas. Es el desorden que se ha implantado, la naturaleza no sabe cómo actuar-
-¿Pensaste en la leyenda
de los Cazadores?–
-Sí. No quise decir
nada. Creí que un guerrero debía importarse por su alma cuando los ve, pero
todos de alguna manera sentimos a los Cazadores. Si son ellos, debía ser oído
por algunos de nosotros muy en privado, pronuncian tu nombre. Oí cascos en
extraño ruido, después callaron. Pensé que fuese mi hora y salí a batirme, pero
nada.-
-¿Wotan nos quiere a
todos juntos? ¿Es el fin de los tiempos?-
-Tal vez su sed apenas
sangrienta es detenida por Thor, que se apiada de nosotros, o bien la lucha con
esos locos de la cruz lo han distraído. Debíamos estar ya muertos quienes oímos
a los Cazadores, Sclyd... ¡Y yo me siento bien vivo!- le mostré la espada
y sonrió. En ese momento mi caballo soltó un ronquido que nunca había escuchado
en un caballo.
Envainé y observé las cabezas de los
exploradores mucho más adelante, la fuerte guardia que nos custodiaba era
temible, pero otro caballo enfrente soltó un sordo ronquido y batió dos veces
las patas antes de ser obligado a continuar. El caballo de Frydogast hizo algo
parecido. De reojo observé a Sclyd, estaba lívido, pero lo disimulaba bien en
el yelmo que cubría sus ojos. El labio superior estaba cubierto de sudor que
caía por los largos bigotes. Una sensación extraña en mi estómago, como una
cosquilla apareció y desapareció de nuevo. Debajo de mis dientes, en la encía,
una febril electricidad surgió. Las estrellas seguían en su lugar. El mango de
mi espada al rozar el escudo, se adhirió por un segundo al mismo, magnetizada.
No había dudas, estaba todo ese maldito paraje embrujado. Para mí, era difícil
de soportar, mis guerreros acosados por sombras. Debía encarar la situación
para evitar desbandes, caos y locura. Cuando mi caballo de nuevo quiso emitir
ese quejido, lo sacudí con la brida un poco, lo pinché levemente con la punta
de mis talones y salí cabalgando por el flanco de mi tropa. Ordené un alto, y
subí a un montículo un tanto pedregoso. Si mi estado espiritual podría
realmente definirse, confieso que estaba muy enojado con todos los dioses. De
cualquier lugar que viniesen, y ni qué hablar de los espectros.
¡Con esa evidente
contribución y ayuda, pronto no se necesitaría enemigo para vencernos!
-¡Escuchen, hijos de
Odín! ¡Sospechamos que Harald pretende asustarnos con hechicería de quinta
categoría, y si no es así personalmente no me importa! ¡No viajamos desde
Escocia para orinarnos en nuestras monturas, este paraje está bajo un hechizo!
¡Ignórenlo! ¡Conversen y enciendan antorchas mientras marchan, el silencio
acabó! Hasta el amanecer quiero ánimo para alejar a las brujas! ¡Y si Wotan
quiere venir a buscarnos a todos que nos sorprenda con armas en mano y veremos
después si puede con nosotros!-
Los gritos de hurra y
carcajadas de rostros que buscaban relajarse se oían a distancia, las
conversaciones comenzaban a escucharse y pequeñas dosis de licor fueron
permitidas. Temía que el cansancio nos venciera, y deseaba que por fin el amanecer
llegase, pero faltaban varias horas aún. Era arriesgadísimo hacerse notar pero
ya no importaba en esa locura de planicie. Doblamos la cantidad de
exploradores, y se extendieron en mayor radio de acción. Todo iba muy bien por
una media hora, pero súbitamente un viento helado apagó de repente varias
gruesas antorchas, relincharon varios caballos y algunos quedaron en dos patas
haciendo caer a sus jinetes. Algo como un cuerno se oyó a lo lejos, en la
retaguardia. Venía de lejos al sur, o bien solo llegaba el eco deformado por
causa de la dirección del repentino viento que cortaba de este a oeste la
llanura casi pelada. El horizonte estaba ennegrecido y la cantidad de estrellas
era menor, a causa de nubes veloces en el cielo. Apunté hacia la dirección del
sonido con mi espada y los exploradores trajeron respuestas minutos después:
nada visible. Ningún caballo se movía. Otro eco más débil que el primero de un
ominoso cuerno se oyó en una nota prolongada por varios segundos,
inconfundible. No eran ni lobos, ni otros ahullidos.
-¡Por Odín!- grité en
medio a la ventisca y Sclyd me miró a los ojos, su expresión petrificada lo
decía todo.
Era sin duda alguna la
hueste de los Cazadores, tan temida. Lo increíble era que todos podíamos oirla,
¡Cosa imposible! La Hueste Fantasma enviada por Wotan a buscarnos. Pronto los
divisaríamos. Cuando Wotan quería, en su sed infinita, mandaba a los cazadores
a buscar un guerrero, si era vista por éste u oía su nombre, no había dudas que
iría a morir. No era algo gratificante, pues Wotan era un dios infernal.
Estábamos presos a una situación insostenible y un destino sin vuelta.
III
“Tranca la puertas, y retira
las velas"
Sabes
que ellos no estarán en casa esta noche
Los
vientos de Thor soplan helados...
Ellos
usan acero que brilla y verdad
Marchando
lado a lado con la muerte
El
demonio se les ríe a cada paso...
Ellos
saben de novedades que deben enfrentar
Para
construir un sueño para mí y para tí,
Ellos
eligieron la senda que nadie recorre
Ellos no
cargan piedad, ni piden por piedad.”
Led Zeppelin – “No Quarter”
Muchos se arrodillaron
en la tierra con pavor, otros estaban como idiotizados. Los escudos caían al
suelo, y todos sin falta se tapaban la cara para no tener que ver a los
espectros. Temí que se desbandaran irreversiblemente, entregados al horror.
Otra especie de cuerno siniestro sonó más próximo; entonces algo en mí no se
importó el tener que encarar a la hueste espectral. Tuve que espolear duramente
a mi caballo para avanzar hacia donde venían los cuernos, si es que eran eso.
Parecía más un coro de aliento infernal. Si fuese un truco sucio de Harald
estaba como líder atado a tener que arriesgar confirmarlo, pagando con mi alma.
Cabalgué solo y escuché voces que me llamaban, de mis propios compañeros, para
que yo no fuera allí. Era extraño cabalgar bordeando la columna de jinetes
hacia la retaguardia y ver una pared de escudos con las cabezas escondidas. A
nuestra frente, la hueste espectral nos cerraba el paso en una blancura
horrible. Al aproximarme y tener mejor visión no tuve dudas, era la Hueste de
Cazadores Fantasma. Un estandarte extrañamente blanco, como de harapos,
vestidos de pieles y yelmos hechos de cuero y dientes de oso, como los
Antiguos. Una nube de niebla fría y nubarrones negros los acompañaba, cortaban
el aire y escondían las estrellas. Eso de estar muerto de antemano tiene algo
de humorístico, sumado a la evidente terrible confusión en los cielos, nuestros
dioses en guerra o ya vencidos por otros nuevos; ya no me extrañaba que los
muertos saliesen a caminar entre los vivos. Decidí cargarme solo a la hueste de
Cazadores; sí, tal vez el primero a pretenderlo. Si dioses más antiguos que
Wotan estaban derrotados o paralizados o como mínimo en serios apuros, ¿Qué mas
daba luchar con la hueste de los Cazadores?
-¡Como ya les dije, los conjuros no
deben asustarnos, si ya estamos condenados llevémonos algunos fantoches con
nosotros! ¿Lloraremos como niños ante ellos? ¡Mostremos a Wotan que no tememos
a sus barbas!-
Azoté al caballo y
cabalgué; me llevaban los demonios. Cuando dejé atrás a mi propio ejército
escuché un gran grupo que me seguía aullando, me volví y poco menos de un
cuarto de mis hombres me seguía. Pero algunos daban media vuelta en plena
carrera y huían. Entonces busqué al líder de los espectros, a ver dónde estaba.
La leyenda más temida de mi infancia estaba materializada a pocas leguas, y
pararon su cabalgata en la colina baja. Las sombras del infierno nos miraban
detrás de sus máscaras y al contemplarnos vacilaban, o esperaban por algo. La
llanura estaba blancuzca y neblinosa, desenvainé. Así los atropellamos, pero
como eran espectros los atravesamos como aire, de repente estábamos del otro
lado, cabalgando hacia ningún lado. Reagrupé el exiguo tropel que me
acompañaba, y levanté un brazo para que aguardasen. Les grité a los Cazadores:
-¡¿Conjuros, si no
pueden luchar, a qué vienen y qué quieren de nosotros?! ¡Hablen ahora!- Muchas
historias de Brujas y Espectros había oído, y lo único que sabía era que para
obtener respuesta de esos espíritus caprichosos hay que exhortarlos con
palabras enérgicas y directas. Una voz susurrante y a la vez profunda se oyó
desde la noche como venida de todos los rincones, como salida de la tierra. El
Capitán de La Hueste Espectral salió adelante en unos pocos pasos de su
caballo, pero no dijo una palabra. Las espectrales figuras que estaban a la
vista se sacaron las máscaras y ante mí aparecieron los rostros de muchos
enemigos abatidos en combate. ¿Eran eso, los fantasmas de los vencidos en el
pasado pretendiendo asustarnos de muerte?
-¡Habla,
enviado de Wotan, no temo a tus ejércitos!- le grité al Capitán.
El Capitán de los
Cazadores permanecía silencioso, su pálido caballo apenas se movía. Como
comprobé que las espadas no le harían nada, detuve mi caballo frente al suyo y
lo encaré de cerca. Los otros se quedaron bastante detrás de mí, sin acción.
Permanecimos en silencio uno frente al otro. No me imaginé que allí hubiese
ninguna respiración tras su yelmo hecho de cuero y despojos, y un sentimiento
helado me adormeció las encías. Parte de la clavícula y otros huesos
sobresalían de sus vestiduras horribles, expuestos. Me encontraba solo ante el
Cazador. Los soldados se negaban a seguirme más, a unos cien metros se
detuvieron –no los culpé, no vinimos a enfrentar fantasmas, los entrené para
luchar con gente-; yo estaba a pocos metros del líder sintiéndole casi el
aliento.
-Extraña actitud la tuya.- Sibiló en un
susurro aterrador. Las crines de mi caballo estaban erizadas y el pobre animal
se estremeció al oír la voz. Fuegos fatuos azulados rodeaban los cascos de su
demencial caballo. De los ojos muertos emergía una siniestra iridiscencia, que
no podía ser contemplada, enfoqué mi visión en algún punto de su chaleco
grisáceo para no caer bajo el influjo y me obligase a pensar lo que él quería.
-Me la cargaré sólo
contra tu hueste si necesario. Estamos en una misión desesperada, y desearía
humildemente que me vengas a buscar en otra oportunidad. Nuestras vidas, esperanzas
y dioses están en agonía-
-Tus dioses fueron desterrados.
Ya es demasiado tarde, ahorra a tus hombres y vuelve a tu señorío-
-Cuidado con lo que me
dices, de ser así entonces tampoco tú existes ni tienes tanto poder-
-¿Y quién dijo que yo, o
tan sólo uno de mis soldados tenga algún poder sobre los vivos? ¿No
tienes suficiente con nuestra contemplativa actitud?-
-¿Qué eres al fin,
producto de una alucinación colectiva?-
-He bajado a la tierra
para errar hasta ser de nuevo llamado por Wotan. Viajamos a las montañas y así apostarnos bajo las sombras de ciertas
grietas impenetrables para vigilar por alrededor de mil años y reaparecer un
día. Simplemente nuestra ruta se cruzó con la vana y fútil incursión de
ustedes. Nos atraen las voces y ruidos humanos; y aquí estamos,
observándolos maravillados por esa convivencia ambivalente entre sus poderes y
su ignorancia. Si quieres saber más: los admiramos-
-¿Con qué fin Wotan
arruinó Aasgard, para entregársela a un Dios único... Acaso no sería su própia
ruina?- no
se cómo me salió esa pregunta, me sentí un niño impertinente ya que ni la
pensé. Tal vez estaba sellada en mi espíritu guardada, esperando por un
interlocutor... ¿Estaría soñando despierto?
-No fue apenas Wotan
quien lo hizo. Un ermitaño que marchaba de noche y que para nuestra propia
sorpresa, no nos temía ni un poco, luego de colocarse delante de nosotros en un
camino, me hizo la misma pregunta que tú. Wotan es algo caprichoso, un joven
dios ansioso; y nosotros su ejército insignia, o digamos sus
mensajeros. ¿Acaso tus abuelos no te lo han dicho nunca? Apenas escoltamos a
los condenados a su ‘desolado’ reino, si así quieres llamarlo. ¿Estás
interesado en conocer ese lugar? Siempre admitimos a las visitas, pero te
advierto que apenas es una jornada de ida- La voz pétrea se tornó
aterradoramente irónica en la última frase.
-De ningún modo.
¿Revélame el porqué de tu misión, acaso no estás condenado en tu helado
espíritu también? ¿Qué tienes a perder?-
-No tengo voluntad propia, por lo tanto
sólo el que me comanda sabe lo que hace, digamos que los condenados son sus
víctimas, cuanto más ingenuos más apetitosos. Soy atraído hacia un epicentro,
no hay palabra inventada aún por el limitado lenguaje humano que lo describa,
ni siquiera por pueblos antiguos como los hindúes del lejano oriente, o los
mayas de la tierra más allá del mar occidental. Sé que deberé esperar un largo
tiempo hasta Wotan despertar, desafiar a la tosca y débil humanidad de un sólo
golpe, allí probablemente será el fin de los tiempos. Nunca se sabe de
antemano. Aunque no lo pretendas, dejarás descendientes para que yo mismo los
vaya a escoltar un día, eso tenlo por seguro-
-...Y ten por seguro que
varios de ellos jamás irán contigo- A pesar de mi desafío, mi voz casi
se quebró de miedo, repugnancia y desesperación. El sólo pensar en un mundo condenado
era desolador. Pero aparentemente el recuerdo de la partida en la playa y el
olor a leña de mi lejano hogar me daban fuerzas inconcebibles. Mi deseo por
vivir más allá de una vida tosca o ignorante como decía el Cazador era lo más
fuerte que había en ese momento. Mis puños se cerraban en el mango de la espada
y en las manoplas del escudo que a la vez aseguraban la brida de mi caballo. Pero
esos eran apenas rudimentarios elementos que me ataban a la tierra y la
limitada vida nuestra. Permanecía, empero, algo inútilmente petulante ante él
ya que nada en mí me tornaría amigable con semejantes espíritus; de repente un
silencio tomó cuenta de la conversación, nos mirábamos uno al otro, aunque
detrás de ese yelmo de harapos yo sabía que no había exactamente un alma. La
niebla subía por la colina. Repentinamente, alzó una mano enguantada en piel de
fiera y marchó hacia el sur, despacio. La hueste lo seguía lenta y tristemente,
bien al estilo de los conjuros letárgicos. Otra vez no sé porqué, pero obligué
a mi caballo a seguirlo, y casi lo alcancé, insatisfecho con la conversación.
-¡Espera! Dime cuándo y
cómo volverá tu señor a amenazarnos, tengo derecho a saber. Debe haber alguna
piedad dentro de tu maldición, recuerda que eres un esclavo también.... Quien
sabe has sido un hombre alguna vez... ¿O me equivoco?-
Mientras estaba aún de
espaldas y alejándose sin volverse, repentinamente detuvo el caballo cuando
mencioné la última frase. Un trueno atenuado de tormenta sonaba en dirección al
mar, muy lejos. Con una señal de la mano derecha ordenaba a su ejército a no
detenerse. Dándome la espalda todavía, dijo:
-Es verdad, una
vez he sido un hombre. Me sorprende que un ser tan fugaz como tú lo haya
notado, si vienes con nosotros te será dado un lugar digamos importante en
nuestro infierno helado, tu espíritu es agudo y afilado como el de un mago, y a
la vez no eres completamente ni mago, ni guerrero-
-No me interesa mi
‘posición’ y mucho menos tu infierno helado; apenas si habrá posibilidad en la
humanidad, dame una pista de cómo y cuando volverán, y me mostraré agradecido,
debo alertar a mis descendientes-
-Cuidado al decir que te
mostrarías agradecido conmigo. Nuestro infierno helado, quema. Pero no
necesitas mi ayuda: No te creerán. No imaginas qué tipo de tiempos vendrán, qué
tipo de hombres reinarán, qué cambios operarán en las artes de la guerra, o
quienes serán los futuros hechiceros sombríos. En resumen, ignoras todo sobre
aquello que llamas de usos del ‘mal’ o ‘bien’, de su forma en el futuro-
-La imaginación no tiene
límites, Cazador. ¿Quién será el Rey responsable por la próxima ruina, y qué
tipo de ruina será esa?- otra vez hablaba sin reflexionar ni pensar primero,
era como un niño de lengua afilada. La resonancia de mi propia voz me daba
miedo, ya que parecía ajena a mí.
-Nunca un sólo hombre será responsable
por la ruina de un pueblo, o la devastación de la tierra. Pero habrá un
terrible hombre-invocador, Wotan bajará de su reino y templará su alma, dándole
poderes de guerrero, líder y hechicero a la vez. Sus mentores robarán un signo
santo del lejano oriente e invirtiéndolo de posición lo usarán como una
insignia maldita. Los futuros jóvenes de estas tierras y de otras muy lejanas a
lo que puedes concebir que amarán la paz espiritual y la armonía de la
sabiduría conjunta de numerosos los pueblos, serán seducidos por ese espíritu
demoníaco que no hará otra cosa que arrastrarlos al infierno, y serán devorados
por la reina de los muertos. Hasta los sacerdotes caerán ¿Quieres realmente
ver el signo, mortal?- otro trueno sordo quiso hacerse notar más lejos. El
sudor me cubrió las cejas; no, no quería verlo aunque la curiosidad me latía
urgente. Jamás le respondí. Él debe haber esperado placenteramente y medido mi
dramática reflexión sin palabras. Se echó a reír, una carcajada de pesadilla.
Luego de unos instantes extraños se alejó para siempre y su ejército espectral
cabalgó hacia el sur. Cuando volví a los soldados espantados marchamos hasta el
amanecer, acampamos y era difícil impartir órdenes ordinarias. Estaban como
estupefactos. Me decían ‘el Capitán hechicero’ y bebieron lo que restaba de
licor, creyendo que los había salvado. Nada había hecho o logrado en concreto,
y nuestra empresa había sido condenada de antemano. Nadie escuchó mi
conversación con el Cazador, aunque les pregunté a algunos que permanecieron
cerca, nada oyeron. Ninguna voz. Me veía obligado a seguir, los guerreros
creían en nuestra fortuna inminente.
Ellos interpretaron que mi encuentro
con el Cazador y el hecho de éste habernos dejado ir en paz como una señal.
Todos menos yo. Atacamos finalmente una pequeña compañía de Harald realmente
muy mal posicionada y la derrotamos, pero infelizmente nos condujo a un
posterior desastre: Nos rodearon en cosa de dos días y nos comenzaron a
diezmar. El enemigo no sólo era más numeroso, sino que peleaba mejor. Abrimos
una brecha desesperada y nos replegamos en dirección al mar mientras nos
pisaban los talones. Perdí esa tarde más de la mitad del ejército, capturado o
destruido. Una flecha silbó cerca de mi oído izquierdo, cambié de caballo dos
veces porque los abatían obligándonos a luchar a pie. Cuando llegamos a la
costa tuvimos que seguir bordeándola hasta llegar a los Drakkars en una
retirada veloz; las paredes de escudos al menos funcionaron. Los aldeanos que
estaban de nuestro lado en la fortificación nada entendían y pretendían
defender las frágiles fortificaciones. Invité a quien quisiese a acompañarnos
de vuelta a Escocia. Mi excusa era de ir a buscar un ejército mayor, pero para
mí la guerra con Harald estaba terminada. Acabaría por vencernos con una armada
en nuestra propia casa, Drakkars de dragones de cabeza de oro cubriendo el mar
del Norte, como estaba anunciado. Los dioses no estaban ya con nosotros, como
antes, o con nadie. El dios era uno, o un demonio encubierto y un
flagelo tan terrible como Wotan, rodeado de mentirosos y cobardes envenenadores
con sed de oro que olvidaban las leyes que su mismo mesías predicó. Algún día
volverían quizás los dioses nuestros, quien sabe como. Frydogast, Sven y Gètred
estaban muertos. Kaldfrit fué herido y casi murió durante el viaje. Nos
estábamos quedando sin los más bravos. Pero decidí no doblegarme a la fácil
melancolía de los ancianos pétreos junto al fuego. Con mis sueños y mis charlas
con Leiv, escribí una crónica que dejaré en un lugar específico para mis
descendientes, alguien siempre escuchará; alguien reflexionará e irá más allá
del delirio y la emoción de la vivencia de un simple sueño. Alguien sentirá la
presencia espiritual de las Cazadores cuando vuelvan a cabalgar, cuando oigan
el llamado de Wotan. Me contentaría con la pureza del alma de un niño, que no
necesita de palabras complicadas para comprender.
Aún me decían muchas
veces ‘el hechicero’; y al principio me costó explicarle a mi amigo Leiv
Sylvson el sabio, mi peculiar experiencia. Muchos decían que mi rápida decisión
nos había salvado. Pero no sería por mucho tiempo así, yo lo sabía. Leiv me
ayudó a rever las cosas en largas charlas bajo las estrellas. La constelación
de Thor con su martillo estaba aún allí, contemplándonos. ¿Sería su último
lugar digno, o su prisión? Una noche, tiempo después a la incursión, soñé con
claridad: vi apostado en escenas del futuro aquel extraño símbolo parecido con una
cruz y una rueda cuadrada girando hacia la derecha. Estaba cubierto de
fuego rodeada de laureles romanos. Máquinas volantes parecidas a cuervos
gigantes escupían bolas abriendo sus propios vientres que caían y explotaban en
ciudades-palacios de piedra. Rinocerontes de metal de muchas ruedas cruzaban
horrendos campos cubiertos de sangre y lodo. Los guerreros que no morían
deshechos cargaban extraños arcos sin cuerda que disparaban diminutos dardos
con fuego. Las luchas eran aún más salvajes y pérfidas que la forma con que
nosotros luchábamos. Prácticamente bebían sangre y pisoteaban los cadáveres de
sus hijos quemados. Parece que alguien usó un dragón para borrar una ciudad del
lejano país del este en una cápsula y después de una rápida ceremonia hablando
con serpientes y pequeños peces brillantes dentro de un gigantesco grillo o
abeja voladora lo liberaron sobre una ciudad-palacio-cristal quemándola viva.
El horrible dragón despertado por poderosas civilizaciones vencedoras
desaparecía en una nube blanca y dejaba una peste en la tierra que duraba años.
Máquinas registraban todo en pequeñas cajas que guardaban luz imprimiéndola en
láminas de vidrio blando como perfectas copias de la realidad.
También vi en la larga
pesadilla a mis descendientes y descendientes de mis amigos morir en vano sin
dioses, ni poderes dignos de un dios, ya que cuando no se tiene dios la única
empresa que restaría es encarnar uno para no perder la razón, y estar
protegido del desastre. Junto a todo ese caos habían estrellas rojas y
círculos azules que intentaban débilmente oponérseles, pero usando también
mucha malignidad: eran capaces de invocar esos terribles dragones. Todo era
prácticamente inútil bajo el símbolo maligno de la cruz-rueda, y nuevos
símbolos lo reemplazaban. En mi sueño apocalíptico los pueblos malditos como
ese se sucedían, se reinventaban a sí mismos y eran derrotados por otras
civilizaciones que a su vez también pasaban por momentos malditos; las personas,
desorientadas, no llegaban a aprender claramente sobre los símbolos, apenas
separaban tiempo en sus cortas vidas para combatir sus efectos.
Y los desafiadores de la
humanidad se consumían rápido en su propio fuego como una serpiente que muerde
su cola, a su vez renacían siglos después y nadie recordaba nada. Todos los
bandos enemigos durante décadas interminables se autodenominaban frecuentemente
cristianos o católicos, sarracenos, semitas, hindúes, anti-religión, o cualquier otra cosa que se
les venía a la cabeza y mataban con singular e idéntica crueldad para
disputarse extraños nuevos botines de todo tipo arrastrados por sacerdotes,
maestros o líderes llenos de odio. Los bardos añoraban los tiempos del arco y
flecha, desesperados por un sistema de vida sofocante, pero era inútil, los
poetas no eran bien recibidos. Una extraña enfermedad hacía que las personas
confiasen demasiado y se embriagasen todo el día con fantasmas dibujados en
aparatos brillantes en forma de caja, gastando los días de su vida en ciudades-piedra-cristal
de proporciones inimaginables. La humanidad continuaba con Wotan encadenado o
libre de vez en cuando; como sintiendo aversión y a la vez atracción por él, y las advertencias obscuras que dejé
escritas quedaron en manos del viejo Leiv cuyo destino desconozco, advertencias
inútiles que traje de Jelling. Él encontró muy interesante mi historia, y
concordó en que aunque vanas debían ser registradas, grabadas en runas. Ahora
entiendo las palabras del cazador. Pasaron dos inviernos, tuvimos excelente
caza y pesca, medité bastante sobre esos sueños premonitorios los cuales a su
vez no se repitieron. Fueron los últimos momentos felices al lado de Lanza y
Montaña blanca, o entre los cabellos rojizos de mi mujer en nuestra lecho
cubierto de gruesa piel de oso. Una despedida.
Felizmente había ciertas
posibilidades, podía haber una continuidad para varios de aquellos distantes
descendientes; a esos, los Cazadores no se los podrían llevar a ningún lado. El
honor agonizante y la potencia espiritual, la felicidad jovial de la fortuna,
tomarían otras formas y caminos, como me dijo Leiv el sabio. Él sabía hablar.
Pero... ¿qué sería de nuestro aquí y ahora? Ahí sí que realmente no tuve mucho
miedo ni sorpresa –esos viejos conocidos- cuando los Drakkars de Harald
vinieron a derrotarnos definitivamente en casa. Por tierra días después
llegarían los anglos comprados como mercenarios. Ya había mandado a mi hijo
mayor a Islandia meses antes –incentivándolo a emigrar buscando progreso y
alejándolo de los piratas cristianos- tal vez el único de mi familia que
sobrevivió sin convertirse. Llevó nuestro escudo familiar, regalos, joyas,
marfil, esteaitita, y una nueva esposa. Le regalé mi capa y el broche.
No le mencioné mis obscuras sospechas porque quería alejarlo del inútil destino
de Escocia, vendría a ayudarnos en vano
y sería derrotado.
Recuerdo que resistimos en un
promontorio bastante cerca de donde están enterrados con sus barcos varios de
nuestros antepasados frente al mar, hasta que me alcanzaron y apenas la muerte
me tocó antes que la noche de la vida me rodeara totalmente recibí un soberbio
martillazo de Thor y salté, o bien fui “lanzado” –nunca lo sabré- al cuerpo de
una joven águila que debía urgentemente comenzar a cazar para vivir.
Aparentemente, para ganar tiempo, el dios del martillo me colocaba en el cuerpo
de un animal ya que el “más allá nuestro” estaba casi totalmente
aniquilado.
Una vida corta de águila
humilde no precisa ni de Odín ni del Dios Cristiano; yo mismo como águila tenía
once semanas de vida y mi madre de cabeza blanca en un par de graznidos me
indicó que me dejaba solo para volar. Agité las alas en el suelo como mis hermanos
hacían en ejercicio previo para templar los músculos; recordaba mi vida
anterior por completo pero cuando hablaba soltaba graznidos, también
perfectamente entendibles. Pasaron los días; me preparé para un día encarar mi
destino, el vuelo sin rumbo de kilómetros del águila. El vuelo que la mente,
herramientas, conocimientos humanos no puede prever o rastrear; o encontrarle
un sentido, siquiera comprenderlo. Y si no cazaba, moriría de hambre como
ocurría con la mitad de nuestros hermanos pichones en nuestra exigente
selección natural. Mis padres ya me habían protegido lo suficiente y ya estaban
listos para otros vuelos. Quizás un día donaría sin pensamientos mi cuerpo a la
inmensidad que me había permitido esa libertad imposible de describir, ¿me
esperaba otra sorpresa de Thor cuando me despidiese de este cuerpo?. Extraño
es, además, aunque absolutamente desconectado de mis actos tengo la forma de
pensar de cuando fui un hombre, o el recuerdo aún fuertemente aferrado ya que
recuerdo todo. Quizás se disipe con el tiempo y pueda ser un águila total;
ojalá tenga esa suerte, aunque la otra posibilidad no me molesta.
El destino no me anuló
del todo entonces, ¿de dónde vendría esa sublime piedad? ¿era esa la
manifestación del cielo que nos protege, una dádiva digna del banquete de Odín?
Supe de esta forma que ellos tal vez no me habían olvidado, que desde su
prisión cósmica tenían el poder de velar por sus hijos quizás... Al fin y al
cabo eran dioses, y los dioses no mueren ni olvidan. ¿Y qué era yo entonces?
¿Que clase de ave era que recordaba el extraño pasado de esa manera? Estaba aún
fuera de mi propia comprensión inmediata. Ni siquiera sabía de que manera había
ido a parar a ese nuevo cuerpo, apenas había seguido mi instinto de supervivencia
o mi voluntad ciega de saber más, y salté... o me dieron un martillazo divino.
Y yo que pensaba que la muerte era dormir despacio, en una nube de algodón
nocturna sin amanecer. Thor se escondía esperando una eternidad si necesario,
detrás de un trueno, hasta que tiempos mejores viniesen. Obviamente había
saltado de su crucifixión y dejado de participar de esa extraña trinidad con su
padre y Cristo. Los hijos, inevitablemente, crecen.
Siento que hoy volaré
muy lejos luego de cazar –finalmente me llevé una pieza- por supuesto
sin un rumbo planeado; y a cada rato tengo que corroborar que soy un águila
debido a esa costumbre humana impregnada de pensar, meditar, arraigada en mi
espíritu. Esto aún es algo muy nuevo para mí, además la altura me produce un
poco de inseguridad todavía. Las águilas jóvenes sufren de vértigo antes de
remontar los cielos, aunque parezca mentira.
¿No puedes sentir nuestras almas
encendidas en fuego
matizándose siempre en colores cambiantes
,
en la obscuridad huidiza de la noche que
va muriendo?,
Así como el Río únese al Océano, como el
Embrión en la Semilla que crece,
por fin fuimos libertados para volver a
nuestro hogar.
Seguro como que
los huevos son huevos - “La cena está lista” / Genesis